El “nuevo” educador debe haber
desarrollado su Inteligencia Emocional de manera de ser capaz de controlar y
optimizar la manera de expresar sus emociones ante sus alumnos.
Esta habilidad se manifiesta especialmente
en momentos en los que surgen conflictos dentro del aula entre alumnos o entre
alumnos y educador. El aula es un concentrado de estados de ánimo, personalidades,
egos, comportamientos, todos distintos entres sí que en algún momento (y sucede
muy seguido), pueden encontrarse y desencontrarse. Es normal.
En esos momentos, un educador con una
sólida Inteligencia Emocional, puede hacer la diferencia.
Ustedes se (o me) preguntarán como se
comporta un ecuador con tales características en esas circunstancias…
No se agita, mantiene y transmite
calma
Cuando un conflicto surge y es necesario
intervenir, un buen educador efectúa movimientos lentos. Recordemos que el
lenguaje no verbal (físico) es tan o más importante que el verbal (habla).
Sería contradictorio observar un educador invocando a la calma a través de un
lenguaje no verbal tenso, nervioso o hasta agresivo (agresividad genera
agresividad). La calma física se transmitirá a su cerebro y así tendrá
respuestas verbales tranquilizantes y palabras indicadas para sus alumnos.
Además, y muy importante, transmitirá que tiene el control de la situación
(aunque no la tenga realmente).
Critica el comportamiento más no al
alumno
Al centrar la atención en el
comportamiento, el ecuador deja claro que el problema es temporal y que no es
algo típico del alumno en cuestión.
Formula frases impersonales
Para controlar las emociones, al formular
frases en términos impersonales, la atención se centra en las expectativas y no
en el alumno. De esta manera se desvían las emociones evitando que el alumno
siga pensando en la acción que generó el conflicto.
No generaliza
Un educador con buena Inteligencia
Emocional desvía el foco de lo que originó el conflicto que ya no está bajo el
control del alumno porque ya ocurrió. Generalizando (“tú, siempre haciendo lo mismo”) el alumno puede sentir que la
amonestación es una especie de castigo personal (“¡porqué siempre yo/ porqué solo a mí’!”).
No humilla, no excusa
Un buen educador que posee una sólida
Inteligencia Emocional, no humilla a un alumno que se equivoca. Resulta mucho
más enriquecedor reformular la pregunta y así poder trabajar para solucionar
los errores. De esta forma, el alumno y sus compañeros no se centran en el
error sino se focalizan en la posible solución.
No olvidemos que el error no es algo negativo que hay que evitar a toda
costa, es parte del proceso de aprendizaje.
No adula
El educador con Inteligencia
Emocional sabe que elogiar excesivamente una respuesta correcta puede tener efectos
contrarios. Él elogia el esfuerzo por encima del resultado. De esa manera, el
alumno refuerza su autoestima y se atreverá a tomar nuevos riesgos y aceptar
nuevos desafíos.
Nota: Aplíquese en toda situación conflictiva...
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