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14/05/2018

Alumnos al borde de un ataque de nervios…



El “nuevo” educador debe haber desarrollado su Inteligencia Emocional de manera de ser capaz de controlar y optimizar la manera de expresar sus emociones ante sus alumnos.



Esta habilidad se manifiesta especialmente en momentos en los que surgen conflictos dentro del aula entre alumnos o entre alumnos y educador. El aula es un concentrado de estados de ánimo, personalidades, egos, comportamientos, todos distintos entres sí que en algún momento (y sucede muy seguido), pueden encontrarse y desencontrarse. Es normal.
En esos momentos, un educador con una sólida Inteligencia Emocional, puede hacer la diferencia.

Ustedes se (o me) preguntarán como se comporta un ecuador con tales características en esas circunstancias…

No se agita, mantiene y transmite calma
Cuando un conflicto surge y es necesario intervenir, un buen educador efectúa movimientos lentos. Recordemos que el lenguaje no verbal (físico) es tan o más importante que el verbal (habla). Sería contradictorio observar un educador invocando a la calma a través de un lenguaje no verbal tenso, nervioso o hasta agresivo (agresividad genera agresividad). La calma física se transmitirá a su cerebro y así tendrá respuestas verbales tranquilizantes y palabras indicadas para sus alumnos. Además, y muy importante, transmitirá que tiene el control de la situación (aunque no la tenga realmente).

Critica el comportamiento más no al alumno
Al centrar la atención en el comportamiento, el ecuador deja claro que el problema es temporal y que no es algo típico del alumno en cuestión.

Formula frases impersonales
Para controlar las emociones, al formular frases en términos impersonales, la atención se centra en las expectativas y no en el alumno. De esta manera se desvían las emociones evitando que el alumno siga pensando en la acción que generó el conflicto.

No generaliza
Un educador con buena Inteligencia Emocional desvía el foco de lo que originó el conflicto que ya no está bajo el control del alumno porque ya ocurrió. Generalizando (“tú, siempre haciendo lo mismo”) el alumno puede sentir que la amonestación es una especie de castigo personal (“¡porqué siempre yo/ porqué solo a mí’!”).

No humilla, no excusa
Un buen educador que posee una sólida Inteligencia Emocional, no humilla a un alumno que se equivoca. Resulta mucho más enriquecedor reformular la pregunta y así poder trabajar para solucionar los errores. De esta forma, el alumno y sus compañeros no se centran en el error sino se focalizan en la posible solución.  No olvidemos que el error no es algo negativo que hay que evitar a toda costa, es parte del proceso de aprendizaje.

No adula
El educador con Inteligencia Emocional sabe que elogiar excesivamente una respuesta correcta puede tener efectos contrarios. Él elogia el esfuerzo por encima del resultado. De esa manera, el alumno refuerza su autoestima y se atreverá a tomar nuevos riesgos y aceptar nuevos desafíos.  

Nota: Aplíquese en toda situación conflictiva...


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