Generalmente
relacionamos la inteligencia a la capacidad de retener información (aprender)
o, muchas veces, al nivel cultural de una persona.
Ser inteligente va mucho más allá de
esas capacidades. Una persona inteligente posee habilidades sociales, facilidad
para relacionarse con el resto del mundo, capacidad de comprender y situarse
emocionalmente en el lugar del otro. La suma de todas esas capacidades conforma
una persona realmente inteligente.
El comportamiento de tales personas
se basa en criterios, acciones, pensamientos muy bien definidos y conocerlos
nos pueden servir a la hora de tratar de entender si estamos frente a una
persona realmente inteligente o no.
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Las personas inteligentes son flexibles y abiertas a escuchar
las opiniones de los demás a pesar de ser distintas; suelen
reflexionar y modificar su manera de pensar respecto a un tema dependiendo de
los argumentos que le propongan. Las personas inteligentes no se aferran a una
idea o una convicción por sobre todas las cosas, sino que poseen la capacidad
crítica y de análisis para modificarlas continuamente.
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Las personas inteligentes se caracterizan por ser escépticos
de todo y todos, lo que implica dudar y desconfiar sobre cualquier cosa: antes
de creer lo que se les plantea, prefieren comprobar su veracidad.
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Las personas inteligentes son capaces de interpretar y
comprender sus propias emociones al igual que las emociones del otro. Son
expertos en empatía.
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Las personas inteligentes nunca alardean sobre argumentos que
conocen y mucho menos sobre los que no conocen. Admiten y reconocen sin ningún
tipo de vergüenza, cuando son completamente ignorantes sobre un tema o no lo
conocen con tanta profundidad como para dar una opinión.
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Como expertos en empatía, las personas inteligentes saben
formular preguntas abiertas y poderosas a los demás para luego escuchar (no
oír) con mucha atención sus respuestas. Preguntas que también se auto formulan
sin ningún tipo de problema; no le temen a la autocrítica.