Para
poder hablar de Educación solo es preciso contar con dos factores: las personas
que aprenden y las que enseñan. La relación humana es la esencia
de cualquier acto educativo. Si esto falla, todo lo demás (recursos didácticos,
programaciones, informes, tecnología, etc.) también. Los estudiantes no
aprenden de un educador que no les gusta. La relación entre profesor y alumno,
el «factor humano» es la base fundamental para lograr que el recorrido del
aprendizaje sea lo más eficiente, efectivo y divertido posible transformando el
aprender y el educar en un placer y no en una obligación. La docencia precisa
una gran dosis de humanidad e humildad entre quienes la ejercen. Su materia
prima es el organismo más emocionalmente complejo del universo: el ser humano.
Trabajar para otras personas requiere cualidades especiales, como la empatía y
la compasión. Incluir el «factor humano» en la ecuación que entraña la
profesión docente, exige mantener intacto nuestro espíritu de niño y también una
buena dosis de sensibilidad. Cuando la escuela y los docentes rigen sus
actuaciones por principios humanistas surge la posibilidad de conseguir el
propósito, muchas veces utópico, de cambiar a las personas para que mejoren el
mundo. No es fácil llegar a influir en alguien, en sus actos, en su sistema de
valores, en su vida, pero es posible. Un docente es, ante todo, una persona; un
ser humano en contacto con otro ser humano, su estudiante.
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