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28/07/2016

«Pesimismo estratégico» es positivo…


¿Hasta qué punto las expectativas y los pensamientos positivos tienen influencia en nuestra conducta diaria, en nuestros logros y avances? ¿Nuestras actitudes negativas o positivas son causa o consecuencia? Vivimos bajo el yugo constante del “optimismo obligado” y que con una “actitud positiva” todo se resuelve. El pensamiento positivo vende y mucho. El pensamiento positivo vende no porque funcione sino porque nos trae la idea de que nuestra vida puede mejorar simplemente “pensándola”, que la buena suerte existe y es solo cuestión de pensar positivamente para obtenerla. La (dura) realidad que muchos tratamos de evadir (culpando al “otro”) es que lo externo (sociedad, educación, gobierno, padres, jefes, cónyuges, etc.) no es en absoluto responsable de nuestra mala o buena situación; somos nosotros que, gestionando bien o mal nuestras emociones ante la vida y por consecuencia nuestra decisiones, obtenemos resultados positivos o negativos. (Algunos lo llaman Karma). Los factores claves para un desarrollo personal positivo nada tienen que ver con el pensar bien de manera abstracta, sino con dos comportamientos muy concretos: uno, el definir objetivos claros, reales, motivadores y ajustados al perfil personal de cada uno y el otro, la dedicación, el esfuerzo y la tolerancia a la frustración.
¿Talento o Esfuerzo? Un estudio de la Universidad de Stanford sobre más de 1.500 niños superdotados, reveló que cuando se trata alcanzar logros, la perseverancia y el definir objetivos son más importantes que la mera inteligencia.
El verdadero pensamiento positivo está más relacionado con “comportarse positivamente” que con “pensar positivamente”. Uno no puede elegir sus emociones ni escoger la actitud adecuada porque esos estados son consecuencia de lo que hagamos, de lo que nos pase y de nuestro estilo aprendido de vivirlas y afrontarlas. Si hacemos lo que debemos cotidianamente, aumentan las probabilidades de que las buenas emociones nos acompañen. A nuestro cerebro no le gustan las abstracciones, eso lo puedo constatar periódicamente con mis alumnos. Si le mandamos a nuestro cerebro la orden de ser positivos, de sentirnos bien sin un contexto concreto él no va a asimilar dicha orden y seguiremos navegando en nuestro mar de lágrimas; si por el contrario afrontamos nuestras tareas cotidianas de manera correcta y eficiente, nuestro cerebro producirá suficientes endorfinas y seguramente nos sentiremos mucho mejor. Pensar también es un tipo de conducta y como cualquier otro comportamiento depende de las cosas que nos pasan, del contexto en que nos movemos, de nuestra historia de experiencias y de la educación recibida. Pensar o sentir no son en muchas ocasiones causas de otros comportamientos sino meras consecuencias o correlatos. Nos sentimos bien cuando estamos viviendo y haciendo aquello que lo genera. Nuestra cultura occidental nos transmite la idea de que hay que tener un buen estado de ánimo y pensamientos positivos para actuar, nos educan para actuar en función de nuestras emociones y depender de ellas. El comportamiento es absolutamente independiente de este “mapa” mental. La mayoría de las personas no dejan de seguir con su vida habitual porque están deprimidas, sino porque han aprendido consciente o inconscientemente que estar desanimadas puede ser una excusa o una justificación para dejar de hacer lo que tienen que hacer. La forma en que utilizamos nuestras emociones es una cuestión cultural, no es una relación psicofísica de causa-efecto. Podemos sentirnos mal y seguir cumpliendo con nuestras responsabilidades y, por el contrario, sentirnos bien y evadir nuestras obligaciones. No podemos elegir cómo sentirnos pero sí podemos elegir qué hacer para sentirnos mejor. Eso tiene que ver con planificar para obtener logros y para alcanzar una vida cotidiana más satisfactoria. Recomendar pensar en positivo es muy fácil, lo que es difícil es definir y redefinir objetivos, prevenir y superar problemas, gestionar la productividad personal, crear hábitos de comportamientos saludables y más efectivos, intentar controlar nuestras emociones, nuestros pensamientos y actitudes y concentrarse en organizar mejor nuestra vida. Dicho esto podríamos llegar a la conclusiones que ser pesimista es positivo. Si se trata de “pesimismo estratégico”, sí lo es. El pesimismo estratégico no tiene nada que ver con sentirse mal ni con ser negativo a propósito, sino con prepararse para lo peor y así tener no solamente más posibilidades de disfrutar de lo mejor, sino poder elaborar un eficiente plan B con suficiente anticipación. Una crisis se puede superar pero no será con el pensamiento positivo sino con el comportamiento positivo. Tenemos que ser autocríticos para poder aceptar que somos parte del problema y saber qué hacer para ser parte de la solución. El optimismo sin planes concretos y rigurosos no lleva a grandes logros. Aceptar que no siempre se puede es un signo de madurez que puede abrir otras puertas. Lo importante no es si vemos el vaso medio lleno o medio vacío. Lo importante es si ese vaso lo estamos llenando o lo estamos vaciando…

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