¿Hasta qué punto las expectativas y los
pensamientos positivos tienen influencia en nuestra conducta diaria, en
nuestros logros y avances? ¿Nuestras actitudes negativas o positivas son causa
o consecuencia? Vivimos bajo el yugo constante del “optimismo obligado” y que
con una “actitud positiva” todo se resuelve. El pensamiento positivo vende y
mucho. El pensamiento positivo vende no porque funcione sino porque nos trae la
idea de que nuestra vida puede mejorar simplemente “pensándola”, que la buena
suerte existe y es solo cuestión de pensar positivamente para obtenerla. La (dura)
realidad que muchos tratamos de evadir (culpando al “otro”) es que lo externo
(sociedad, educación, gobierno, padres, jefes, cónyuges, etc.) no es en
absoluto responsable de nuestra mala o buena situación; somos nosotros que,
gestionando bien o mal nuestras emociones ante la vida y por consecuencia
nuestra decisiones, obtenemos resultados positivos o negativos. (Algunos lo
llaman Karma). Los factores claves para un desarrollo personal positivo nada
tienen que ver con el pensar bien de manera abstracta, sino con dos
comportamientos muy concretos: uno, el definir objetivos claros, reales, motivadores
y ajustados al perfil personal de cada uno y el otro, la dedicación, el
esfuerzo y la tolerancia a la frustración.
¿Talento o Esfuerzo? Un estudio de la
Universidad de Stanford sobre más de 1.500 niños superdotados, reveló que cuando
se trata alcanzar logros, la perseverancia y el definir objetivos son más
importantes que la mera inteligencia.
El verdadero pensamiento positivo está más
relacionado con “comportarse positivamente” que con “pensar positivamente”. Uno
no puede elegir sus emociones ni escoger la actitud adecuada porque esos
estados son consecuencia de lo que hagamos, de lo que nos pase y de nuestro
estilo aprendido de vivirlas y afrontarlas. Si hacemos lo que debemos
cotidianamente, aumentan las probabilidades de que las buenas emociones nos
acompañen. A nuestro cerebro no le gustan las abstracciones, eso lo puedo
constatar periódicamente con mis alumnos. Si le mandamos a nuestro cerebro la
orden de ser positivos, de sentirnos bien sin un contexto concreto él no va a
asimilar dicha orden y seguiremos navegando en nuestro mar de lágrimas; si por
el contrario afrontamos nuestras tareas cotidianas de manera correcta y
eficiente, nuestro cerebro producirá suficientes endorfinas y seguramente nos
sentiremos mucho mejor. Pensar también es un tipo de conducta y como cualquier
otro comportamiento depende de las cosas que nos pasan, del contexto en que nos
movemos, de nuestra historia de experiencias y de la educación recibida. Pensar
o sentir no son en muchas ocasiones causas de otros comportamientos sino meras
consecuencias o correlatos. Nos sentimos bien cuando estamos viviendo y
haciendo aquello que lo genera. Nuestra cultura occidental nos transmite la
idea de que hay que tener un buen estado de ánimo y pensamientos positivos para
actuar, nos educan para actuar en función de nuestras emociones y depender de
ellas. El comportamiento es absolutamente independiente de este “mapa” mental. La
mayoría de las personas no dejan de seguir con su vida habitual porque están
deprimidas, sino porque han aprendido consciente o inconscientemente que estar
desanimadas puede ser una excusa o una justificación para dejar de hacer lo que
tienen que hacer. La forma en que utilizamos nuestras emociones es una cuestión
cultural, no es una relación psicofísica de causa-efecto. Podemos sentirnos mal
y seguir cumpliendo con nuestras responsabilidades y, por el contrario,
sentirnos bien y evadir nuestras obligaciones. No podemos elegir cómo sentirnos
pero sí podemos elegir qué hacer para sentirnos mejor. Eso tiene que ver con
planificar para obtener logros y para alcanzar una vida cotidiana más
satisfactoria. Recomendar pensar en positivo es muy fácil, lo que es difícil es
definir y redefinir objetivos, prevenir y superar problemas, gestionar la
productividad personal, crear hábitos de comportamientos saludables y más
efectivos, intentar controlar nuestras emociones, nuestros pensamientos y
actitudes y concentrarse en organizar mejor nuestra vida. Dicho esto podríamos
llegar a la conclusiones que ser pesimista es positivo. Si se trata de
“pesimismo estratégico”, sí lo es. El pesimismo estratégico no tiene nada que
ver con sentirse mal ni con ser negativo a propósito, sino con prepararse para
lo peor y así tener no solamente más posibilidades de disfrutar de lo mejor,
sino poder elaborar un eficiente plan B con suficiente anticipación. Una crisis
se puede superar pero no será con el pensamiento positivo sino con el comportamiento
positivo. Tenemos que ser autocríticos para poder aceptar que somos parte del
problema y saber qué hacer para ser parte de la solución. El optimismo sin
planes concretos y rigurosos no lleva a grandes logros. Aceptar que no siempre
se puede es un signo de madurez que puede abrir otras puertas. Lo importante no
es si vemos el vaso medio lleno o medio vacío. Lo importante es si ese vaso lo
estamos llenando o lo estamos vaciando…
No comments:
Post a Comment