Nosotros los educadores, tenemos la dicha de
ser recordados (bien o mal…) por
muchas personas por mucho tiempo.
Los maestros que pasan por nuestras vidas nos
van marcando. Muchas veces, sin darnos cuenta, son modelos que vamos imitando. Todos
tenemos en la memoria algún docente que nos ha marcado de manera positiva o negativa.
Nosotros los educadores, tenemos la dicha de
ser recordados (bien o mal…) por
muchas personas por mucho tiempo.
Nos volvemos referentes de actitudes,
comportamientos, emociones y sentimientos. Vamos ayudando a nuestros alumnos a
ajustar sus distintos perfiles afectivos y emocionales para solidificar una
Inteligencia Emocional que les será muy útil en sus vidas como adultos. Una tarea
que empieza en el hogar pero que continúa en el colegio.
Por eso la importancia que desarrollemos
nuestra propia Inteligencia Emocional para llevar a cabo actividades de estimulación
afectiva, regulación de sentimientos positivos y negativos, creación de
ambientes que estimulen el desarrollo de capacidades socio-emocionales y de
solución de conflictos interpersonales, exposición a experiencias a resolver
mediante estrategias emocionales y enseñanza de habilidades empáticas.
Los niños paulatinamente deben descubrir la
diversidad emocional para tener una mayor percepción y comprensión de los
sentimientos propios y ajenos y para entender cómo se pasa de una emoción a
otra, concientizando la posibilidad de sentir emociones contrapuestas.
Serán alumnos que aprenderán a solucionar
problemas de una forma ajustada, haciéndoles frente y no evitándolos. Serán
capaces de regular su propio malestar emocional, así como de empatizar con los
demás y no exclusivamente en la escuela.
Los educadores estamos sometidos a numerosas
fuentes de estrés que pueden ir minando nuestra salud y nuestro entusiasmo. Las
condiciones laborales, la falta de recursos que no cubren las altas demandas
requeridas, el bajo estatus social y profesional o las presiones temporales
pueden provocar que el malestar vaya en aumento afectándonos negativamente como
educadores y como seres humanos.
En este sentido, aquellos colegas con
inteligencia emocional podrán disminuir los niveles de estrés al gestionar de
forma adecuada las reacciones emocionales negativas. De esta manera ponen en
marcha estrategias de afrontamiento activas ante situaciones estresantes, en
vez de evitarlas. Estrategias que los niños, como grandes observadores, imitarán.
Además, se sentirán más realizados personalmente y sus niveles de salud y
bienestar mental también mejorarán.
Recordemos que un educador estresado y
desmotivado repercutirá inevitablemente en la calidad de la enseñanza, por lo
que ya no será un problema individual pero colectivo en donde los alumnos
también se verán directamente perjudicados.
Según mi opinión, sería muy necesario implantar
programas que fomentaran la Inteligencia Emocional en nuestros docentes para
mejorar no solo sus habilidades, sino también para que las jornadas escolares
sean más efectivas y eficientes para beneficio de todo el plantel.
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