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09/04/2018

La Filosofía y la fábrica de idiotas*…



*Del Griego διος [ˈidios] que, en la Antigua Grecia significaba ‘lo privado, lo particular, lo personal‘. El idiota era simplemente aquel que se preocupaba solo de sí mismo, de sus intereses privados y particulares, sin prestar atención a los asuntos públicos o políticos. En aquella época la vida pública era de gran importancia y no participar en ella era considerado deshonroso y aquel que no lo hacía era catalogado como un idiota, una persona preocupada solo de lo suyo.  




Como padres y educadores, todos nos hemos encontrado frente a incómodos momentos en los cuales nuestros hijos nos han hecho preguntas difíciles de responder.
Sabemos que a la base del aprendizaje de los niños están la Curiosidad, la Diversión y la Atención. Todos elementos que en la medida que crecemos y “maduramos” (nótense las comillas), desafortunadamente perdemos.
La enorme y maravillosa curiosidad que tiene un niño hace que él sea capaz de formular preguntas fantásticas y de gran lógica las cuales o son subestimadas por los adultos (“¡Qué preguntas son esas!” - “¡Deja de estar pensando en estupideces y ponte a estudiar!”), o no reciben una adecuada respuesta, consecuencia de la falta de Imaginación – Creatividad - Atención de las personas adultas (que tienen otras cosas “más importantes” en que pensar…).
Cada niño es un filósofo en potencia. Como padres y educadores, deberíamos no solo dejar de subestimarlo, sino también hacer todo lo posible para sacarlo a la luz.
La Educación actual sigue concentrada en trasmitir información (a veces, solo a veces, de muy alto nivel) que sirve para desarrollar el “saber hacer” de los niños. Por el contrario, el “saber ser” no es tomado en consideración. Eso lleva a que un niño, salvo que tenga la “suerte” de tener unos padres atentos, crece y se desarrolla solamente como una persona más que “sabe hacer algo”. Sin las herramientas culturales necesarias (que deben desarrollarse desde temprana edad), ese niño, cuando adulto no será capaz de formular y formularse preguntas, ideas, pensamientos, críticas que puedan ayudarlo a ser un “modificador” social. Será un integrante más de una masa de idiotas* muy apetecible a los gobiernos, a las redes sociales, a los publicistas.
La Filosofía, la disciplina que nos enseña a pensar, a cuestionar, a sacar conclusiones, a crear respuestas críticas a los problemas cotidianos, a vivir de forma reflexiva, es cada vez más ignorada en los programas de estudio. Tradicionalmente considerada como una materia demasiado abstracta y demasiado obtusa; una forma de conocimiento apta sólo para (algunas pocas) mentes plenamente desarrolladas. Sin embargo, juega un papel fundamental a la hora de formar ciudadanos comprometidos, con juicio propio.
Hasta el siglo pasado, se tenía la certeza que hasta los 11 o 12 años los niños no eran capaces de desarrollar el pensamiento crítico. Hoy en día, se comienza a comprender que los más pequeños no sólo son capaces de filosofar, sino que deben hacerlo.  

“Es necesario enseñar a los niños a filosofar. De ese modo aprenderán a pensar y a ser ciudadanos activos y comprometidos para construir un mundo mejor.” Matthew Lipman

Lipman se había percatado de que sus estudiantes eran capaces de recitarle toda la historia de la Filosofía, pero sin embargo no eran capaces de filosofar. Así que llegó a la conclusión de que debía ser en el colegio donde se aprendiera a pensar, a preguntarse sobre cuestiones filosóficas y a formar juicios razonables. Si no, sería demasiado tarde. 
Si enseñamos a los niños a filosofar, ellos aprenderán a pensar, podrán construir un mundo mejor, participar activamente en la sociedad, podrán ser ciudadanos activos y comprometidos, capaces de separar la verdad de la mentira, una capacidad muy necesaria en estos tiempos. Eso hace parte del “saber ser” que o se aprende en edad escolar o no se aprende.
El pensamiento filosófico no resulta complicado a los niños. Ellos poseen, de manera innata, una curiosidad insaciable y una enorme capacidad de admirar y emocionarse delante de lo que descubren. Debemos lograr estimular esas “cualidades filosóficas”.
Para lograrlo nosotros adultos, padres, educadores antes debemos haber desarrollado Empatía y Escucha Activa, dos habilidades de la Inteligencia Conversacional que son muy poco usuales en nuestras sociedades.
Uno de los modos de enseñarles a filosofar podría ser, luego de escucharlos atentamente, parafrasear las preguntas que nos hacen pidiéndoles su opinión. Nos asombraríamos de las respuestas.
Es necesario que sean los propios niños los que descubran las premisas de las ideas y lo que implican. Para ello, es imprescindible que los adultos adoptemos una posición neutral, sin interferir en sus juicios y opiniones, dejando a los niños expresarse libremente.
No basta con que los padres y educadores tengamos espíritu crítico para poder enseñar a filosofar a los niños: debemos nosotros mismos ejercitarnos en esa práctica, saber formular y formularnos las preguntas adecuadas.
El problema es que filosofar en tiempos de internet y de redes sociales, de distracciones, de inmediatez, de exacerbado materialismo, de superficialidad, se ha convertido en algo muy complicado, aburrido, inútil. Para entablar un diálogo filosófico, debemos prestar atención al otro, debemos tener tiempo para reflexionar, para pensar, para profundizar. No hay tiempo (ni ganas) para eso…
La sensación es que algunos (muchos) no quieren que pensemos por nosotros mismos, no quieren que seamos capaces de discernir las mentiras de las verdades, que seamos capaces de contribuir con soluciones innovadoras y creativas al mejoramiento de la humanidad. La mejor manera de lograrlo es limitando cada vez más las asignaturas de tipo humanístico: Filosofía, Historia, Literatura, Arte para así seguir “fabricando” idiotas.

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