*Del
Griego ἴδιος
[ˈidios]
que, en la Antigua Grecia significaba ‘lo privado, lo particular, lo personal‘.
El idiota era simplemente aquel que se preocupaba solo de sí mismo, de sus
intereses privados y particulares, sin prestar atención a los asuntos públicos
o políticos. En aquella época la vida pública era de gran importancia y no
participar en ella era considerado deshonroso y aquel que no lo hacía era
catalogado como un idiota, una persona preocupada solo de lo suyo.
Como padres y
educadores, todos nos hemos encontrado frente a incómodos momentos en los
cuales nuestros hijos nos han hecho preguntas difíciles de responder.
Sabemos que a la
base del aprendizaje de los niños están la Curiosidad,
la Diversión y la Atención. Todos elementos que en la medida que crecemos y
“maduramos” (nótense las comillas), desafortunadamente perdemos.
La enorme y
maravillosa curiosidad que tiene un niño hace que él sea capaz de formular
preguntas fantásticas y de gran lógica las cuales o son subestimadas por los
adultos (“¡Qué preguntas son esas!” - “¡Deja
de estar pensando en estupideces y ponte a estudiar!”), o no reciben una
adecuada respuesta, consecuencia de la falta de Imaginación – Creatividad - Atención
de las personas adultas (que tienen otras cosas “más importantes” en que
pensar…).
Cada niño es un
filósofo en potencia. Como padres y educadores, deberíamos no solo dejar de subestimarlo,
sino también hacer todo lo posible para sacarlo a la luz.
La Educación
actual sigue concentrada en trasmitir información (a veces, solo a veces, de
muy alto nivel) que sirve para desarrollar el “saber hacer” de los niños. Por
el contrario, el “saber ser” no es tomado en consideración. Eso lleva a que un
niño, salvo que tenga la “suerte” de tener unos padres atentos, crece y se
desarrolla solamente como una persona más que “sabe hacer algo”. Sin las
herramientas culturales necesarias (que deben desarrollarse desde temprana
edad), ese niño, cuando adulto no será capaz de formular y formularse
preguntas, ideas, pensamientos, críticas que puedan ayudarlo a ser un
“modificador” social. Será un integrante más de una masa de idiotas* muy
apetecible a los gobiernos, a las redes sociales, a los publicistas.
La Filosofía, la
disciplina que nos enseña a pensar, a cuestionar, a sacar conclusiones, a crear
respuestas críticas a los problemas cotidianos, a vivir de forma reflexiva, es cada
vez más ignorada en los programas de estudio. Tradicionalmente considerada como
una materia demasiado abstracta y demasiado obtusa; una forma de conocimiento
apta sólo para (algunas pocas) mentes plenamente desarrolladas. Sin embargo, juega
un papel fundamental a la hora de formar ciudadanos comprometidos, con juicio
propio.
Hasta el siglo
pasado, se tenía la certeza que hasta los 11 o 12 años los niños no eran
capaces de desarrollar el pensamiento crítico. Hoy en día, se comienza a
comprender que los más pequeños no sólo son capaces de filosofar, sino que deben
hacerlo.
“Es
necesario enseñar a los niños a filosofar. De ese modo aprenderán a pensar y a ser
ciudadanos activos y comprometidos para construir un mundo mejor.” Matthew Lipman
Lipman se había
percatado de que sus estudiantes eran capaces de recitarle toda la historia de
la Filosofía, pero sin embargo no eran capaces de filosofar. Así que llegó a la
conclusión de que debía ser en el colegio donde se aprendiera a pensar, a
preguntarse sobre cuestiones filosóficas y a formar juicios razonables. Si no,
sería demasiado tarde.
Si enseñamos a
los niños a filosofar, ellos aprenderán a pensar, podrán construir un mundo
mejor, participar activamente en la sociedad, podrán ser ciudadanos activos y
comprometidos, capaces de separar la verdad de la mentira, una capacidad muy
necesaria en estos tiempos. Eso hace parte del “saber ser” que o se aprende en
edad escolar o no se aprende.
El pensamiento
filosófico no resulta complicado a los niños. Ellos poseen, de manera innata,
una curiosidad insaciable y una enorme capacidad de admirar y emocionarse
delante de lo que descubren. Debemos lograr estimular esas “cualidades
filosóficas”.
Para lograrlo
nosotros adultos, padres, educadores antes debemos haber desarrollado Empatía y
Escucha Activa, dos habilidades de la Inteligencia Conversacional que son muy
poco usuales en nuestras sociedades.
Uno de los modos
de enseñarles a filosofar podría ser, luego de escucharlos atentamente,
parafrasear las preguntas que nos hacen pidiéndoles su opinión. Nos
asombraríamos de las respuestas.
Es necesario que
sean los propios niños los que descubran las premisas de las ideas y lo que implican.
Para ello, es imprescindible que los adultos adoptemos una posición neutral,
sin interferir en sus juicios y opiniones, dejando a los niños expresarse
libremente.
No basta con que
los padres y educadores tengamos espíritu crítico para poder enseñar a
filosofar a los niños: debemos nosotros mismos ejercitarnos en esa práctica,
saber formular y formularnos las preguntas adecuadas.
El problema es
que filosofar en tiempos de internet y de redes sociales, de distracciones, de
inmediatez, de exacerbado materialismo, de superficialidad, se ha convertido en
algo muy complicado, aburrido, inútil. Para entablar un diálogo filosófico,
debemos prestar atención al otro, debemos tener tiempo para reflexionar, para
pensar, para profundizar. No hay tiempo (ni ganas) para eso…
La sensación es que
algunos (muchos) no quieren que pensemos por nosotros mismos, no quieren que
seamos capaces de discernir las mentiras de las verdades, que seamos capaces de
contribuir con soluciones innovadoras y creativas al mejoramiento de la
humanidad. La mejor manera de lograrlo es limitando cada vez más las asignaturas
de tipo humanístico: Filosofía, Historia, Literatura, Arte para así seguir
“fabricando” idiotas.
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