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02/05/2018

Emociones mal educadas…



Para colaborar con el desarrollo de las competencias emocionales en los niños, es necesario que el educador haya desarrollado sus propias habilidades de Inteligencia Emocional.


La Inteligencia Emocional nace del encontrarse consigo mismo para conectar con las propias emociones y comprender la información que nos proporcionan; a la vez es también conectarnos con nuestro pensamiento y con los estados corporales que acompañan nuestras emociones. Esta es la base para poder orientar a nuestros estudiantes. La comprensión y gestión de uno mismo favorecerá el encuentro armónico con el otro.


Hoy somos conscientes de la presencia permanente de las emociones en todo ser humano y la Neurociencia nos aporta importante información sobre la posibilidad de tener acceso a la gestión de las mismas. Por medio de investigaciones se ha comprobado que la regulación de nuestras emociones influye directamente en el rendimiento de los estudios, en el trabajo y en nuestra vida social.

La conexión y toma de conciencia de nuestras emociones constituye la base de la Inteligencia Emocional.

Debemos orientar al alumnado en la adquisición de la habilidad de sentir de manera consciente hasta desarrollar una habilidad automática que le permita identificar constantemente qué se está sintiendo, para así controlar y autoajustar el comportamiento.

El clima en el aula es determinante para un buen desarrollo de la Inteligencia Emocional. Un ambiente en el que todos los alumnos saben y sienten que importan, donde cada uno es respetado y escuchado y donde existen fuertes vínculos afectivos entre todos los miembros del grupo y su educador.

Tengamos presente que un eficiente y completo sistema de educación se debe basar siempre en el trinomio Educador-Alumno-Familia. La familia que acepta las emociones de sus hijos, los ayuda a hablar de ellas y les ofrece apoyo afectivo está creando las bases para el desarrollo de la Inteligencia Emocional.

Es realmente importante interpretar cómo se sienten nuestros niños, sin juzgar, ni negar, ni prohibir ningún sentimiento o emoción. Ellos necesitan que se les reconozca y se les valide su sentir.

Los padres debemos tomar conciencia de que somos modelos emocionales y que nuestros hijos absorben directamente el tono emocional que se vive en casa. Dado que muchos adultos todavía no han conseguido personalmente la capacidad de autorregularse, sería conveniente plantearse el poner en marcha este aprendizaje.

No poseer habilidades de Inteligencia Emocional significa no reforzar aquellas capacidades que contribuyen a que las emociones vayan a favor y no en contra de uno mismo, lo que tiene repercusiones no solo a corto plazo, en el ámbito escolar, sino también en la edad adulta en el ámbito laboral y social.

No tener la habilidad de autogestión compromete la capacidad de tener y sostener relaciones satisfactorias.

La Inteligencia Emocional puede prevenir situaciones de adición, ansiedad, depresión, agresividad, bullying y conductas de alto riesgo. 

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