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10/06/2019

Educación y Longevidad…


La economía occidental, basada en la acumulación de riqueza y el consumismo, fomentó la creencia de que a mayor riqueza, más larga y mejor será nuestra vida. Nadie puede negar que mayores ingresos equivalen a más recursos para invertir en salud y “nivel de vida” (a no confundir con “calidad de vida”). Sin embargo, gracias a la Neurociencia, se ha puesto de manifiesto que existe una correlación aún más importante: la que se produce entre nivel educativo y esperanza de vida.
A lo largo del siglo XX la esperanza de vida aumentó en todos los países occidentales, independientemente de su renta per cápita. Entre las causas de la mejoría se cita la tecnología, las vacunas, los servicios públicos de salud, las terapias, una mejor nutrición y, sobre todo, la educación.
Investigaciones recientes confirman que la asociación entre educación y longevidad es mayor que la correlación existente entre renta per cápita y longevidad. Así podemos afirmar que la educación es un factor determinante para disminuir el nivel de mortalidad de una sociedad.
La educación es la responsable de un mejor control sobre las decisiones vitales y un futuro más alentador. Es evidente que las personas más y mejor educadas soportan mejor los procesos de transición o dificultad durante sus vidas. En contraste, se detecta un aumento del consumo de alcohol y drogas entre la población con menos logros educativos (no menos ingresos). Un dato sumamente importante a la hora de actuar políticas de inversión pública en educación.
La educación lleva asociadas unas habilidades cognitivas que favorecen una cultura del cuidado personal y familiar que se expresa a través de hábitos saludables. Ejemplos de estos hábitos pueden ser una adecuada nutrición, la práctica de algún deporte, una mayor higiene, una buena relación comunicativa con el entorno familiar, laboral y social.
La educación favorece el desarrollo de un pensamiento crítico que promueve que la persona evite factores de riesgo como el alcohol, el tabaco o las drogas ilegales y tome mejores decisiones.
La educación permite acceder a mejores puestos laborales, más seguros, más cómodos y más gratificantes bajo todo punto de vista.
La educación se traduce en que las personas toman en mayor consideración los tratamientos médicos y en una menor tendencia a abandonar las terapias pautadas.
La educación induce una disposición más favorable hacia experiencias que se sabe, tienen un efecto “protector” como leer, conversar, compartir, viajar o plantearse nuevos retos de aprendizaje, impulsando una existencia cualitativa y saludable.
Pero la educación no solo se traduce en mejores hábitos de salud. Está demostrado que la educación en general aumenta la densidad de sinapsis en nuestro cerebro y esta posibilidad de mejora se mantiene a lo largo de nuestra vida con cambios adaptativos en el cerebro, sobre todo en mejoras en el pensamiento abstracto y en la capacidad de planificar.
Esta relación entre educación y esperanza de vida nos lleva a proponer nuevas propuestas de políticas educativas.
Un sistema educativo que se esfuerce por evitar el fracaso (o la deserción) escolar desarrollando las habilidades blandas (soft skills) juntamente a las duras (hard skills), es una de las mejores y más eficientes herramientas, que se traduce en una mayor posibilidad de ascenso social, un incremento de la adaptación a circunstancias adversas, un mayor reconocimiento al mérito y al esfuerzo, una optimización de recursos, un incremento de la supervivencia después de impactos de cualquier tipo y el formar parte de una sociedad más inclusiva, competitiva y justa, feliz.

La educación nos hace más libres y más felices por ende, nos hace vivir más y mejor.

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