“Aprender es importante, cómo lo hacemos, no.”
La mayoría de
los trastornos emocionales que sufrimos los adultos todos, sin excepción, se
originaron en nuestra infancia. En las escuelas hay multitudes de niños
temerosos, incompetentes, sometidos, sin estima personal. La escuela y sus
educadores tienen ardua tarea (mas no sustitutiva a la de los padres) de tratar
de pulir esas “asperezas del alma” de cada niño para que su desarrollo como
persona sea lo más satisfactorio para él y su entorno.
En ese camino,
en ese proceso comunicativo, el educador deberá estar muy atento no tanto a
“qué” dice sino “cómo” lo dice.
Todo buen
educador, y pido disculpas por ser repetitivo, debe haber desarrollado una muy
eficiente “Inteligencia Conversacional”. La educación es, básicamente un
proceso comunicativo.
En todos los
países en que he estado colaborando en estos últimos años, he encontrado
maestros, profesores, educadores de altísimo nivel académico pero con muy
escasa capacidad comunicacional.
El contenido de
lo “qué” enseñamos viene luego de “cómo” lo enseñamos. Crear un buen ambiente
en el aula donde prive una sana y cordial convivencia es fundamental para que
esos pequeños (mas no menos maravillosos) cerebros de nuestros alumnos estén en
la mejor disposición para aprender. Eso dependerá mucho de la comunicación
empática del profesor.
La verdadera
clave del aprendizaje de nuestros estudiantes, se encuentra en la manera en que
nos relacionamos con ellos. El todo completado por los padres que juegan un rol
importantísimo en estos primeros años de formación. Una trilogía
Alumno-Padres-Educador que cuando funciona, garantiza un eficaz, eficiente y
(siempre) feliz aprendizaje y formación de individuos.
“En la escuela no deben
aprenderse sólo contenidos, sino también costumbres y valores.”
(Papa
Francisco).
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