La
práctica regular de la actividad física (principalmente el ejercicio aeróbico)
promueve la neuroplasticidad, facilitando la memoria de largo plazo y un
aprendizaje más eficiente. Además, no sólo aporta oxígeno al cerebro
optimizando su funcionamiento, sino que genera una respuesta de los
neurotransmisores noradrenalina y dopamina que intervienen en los procesos
atencionales. El ejercicio físico mejora el estado de ánimo (la dopamina
interviene en los procesos de gratificación) y reduce el temido estrés crónico
que repercute tan negativamente en el proceso de aprendizaje. Se realizó un
estudio longitudinal en el que participaron más de un millón de suecos. Se
demostró que las aptitudes físicas y las capacidades intelectuales, medidas con
una serie de pruebas de lógica, verbales y visuoespaciales, estaban estrechamente
vinculadas. Además, se comprobó que la resistencia aeróbica guarda una relación
directa con el nivel socioeconómico y los logros académicos. Los estudios
demuestran que se han de potenciar las clases de educación física,
dedicarles el tiempo suficiente y no colocarlas al final de la jornada académica
como se hace normalmente, sino al comienzo del día. En los centros
educacionales se deberían fomentar las zonas de recreo al aire libre que
permitan la actividad física voluntaria y aprovechar los descansos regulares
para que los alumnos puedan moverse. Un simple ejercicio antes del comienzo de
la clase mejora en los estudiantes su predisposición física y psicológica hacia
el aprendizaje, con mayor motivación y atención. Junto a la actividad física,
son muy importantes también la adecuada hidratación (se ha de permitir beber
agua en clase), hábitos nutricionales apropiados y dormir las horas necesarias
(los adolescentes necesitan dormir más). Por ello resulta conveniente la
enseñanza de estos hábitos no sólo a los alumnos sino también a los padres.
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