El
juego constituye un mecanismo natural arraigado genéticamente que despierta la
curiosidad, es placentero y permite descubrir destrezas útiles para
desenvolvernos en el mundo. Los mecanismos cerebrales innatos del niño le
permiten, a los pocos meses de edad, aprender jugando. Se libera dopamina que
hace que la incertidumbre del juego constituya una auténtica recompensa
cerebral y que facilita la transmisión de información entre el hipocampo y la
corteza prefrontal, promoviendo la memoria de trabajo. El juego constituye una
necesidad para el aprendizaje que no está restringida a ninguna edad, mejora la
autoestima, desarrolla la creatividad, aporta bienestar y facilita la
socialización. La integración del componente lúdico en la enseñanza resulta imprescindible
porque estimula la curiosidad y esa motivación facilita el aprendizaje. Existe una
correlación alta entre el rendimiento mostrado jugando a un videojuego conocido
y el rendimiento en unos test de aptitudes. Jugando durante 16 horas durante un
mes aumenta la cantidad de materia gris de las voluntarias, que es un indicador
del aumento en la capacidad cerebral, se mejora la coordinación entre regiones
cerebrales, la comprensión verbal, el razonamiento o la percepción visual. El
juego motiva, ayuda a los alumnos a desarrollar su imaginación y a tomar
mejores decisiones. Existe una gran variedad de juegos que mejoran la atención,
uno de los factores críticos en el proceso de aprendizaje: ajedrez,
rompecabezas, juegos compartidos, programas de ordenador, etc. Es cuestión de
integrar adecuadamente el componente lúdico en la actividad diaria.
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