La
neurociencia está demostrando que las actividades artísticas involucran a
diferentes regiones cerebrales y promueven el desarrollo de procesos
cognitivos. La instrucción musical, por ejemplo, mejora la capacidad
intelectual como consecuencia de la plasticidad cerebral, sobre todo en
aquellos con mayor interés y motivación hacia las actividades artísticas. En
algunos niños aparecen correlaciones entre la práctica musical y la mejora en
geometría o las capacidades espaciales cuando el entrenamiento es intenso. Por
otra parte, el teatro o el baile desarrollan habilidades socioemocionales como
la empatía y son beneficiosos para la memoria semántica; al hablar en público
se genera noradrenalina, una sustancia que interviene en los procesos
relacionados con la atención, la memoria de trabajo y el autocontrol. En un
estudio con niños de edades comprendidas entre 7 y 12 años se midieron los
efectos de la educación artística (en concreto artes visuales, música, baile y
teatro) en la capacidad y comprensión lectora y se comprobó que la mayor correlación se daba con el entrenamiento musical. La educación artística debería ser obligatoria en todos los sistemas educativos.
La instrucción musical o el teatro que tantas habilidades sociales, emocionales
y cognitivas son capaces de desarrollar deberían de formar parte del currículo
y no, como ocurre frecuentemente, quedar como actividades marginales.
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