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23/10/2016

Los niños tienen hambre de aprender...





Desde que nacen, los niños asimilan una inmensidad de información difícil de cuantificar, sin embargo lo logran. 









Ellos nacen con aproximadamente unos 100.000 millones de neuronas pero muy pocas conexiones, unas 253 millones (como una computadora formateada). A los 4 años ya crearon 1.000 billones de conexiones.

Cómo lo logran.

Qué hace un niño todo el día. Juega, se divierte y mientras tanto, aprende.

Su pequeño pero maravilloso cerebro almacena una enorme cantidad de información sin esfuerzo alguno. Los niños aman aprender por sí solos. Nosotros no les podemos enseñar a hablar sin embargo ellos aprenden. Todos los sonidos que nosotros los adultos producimos ellos los transforman en lenguaje y aprenden cuándo y cómo utilizarlo. Muy complicado pero lo logran.

Toda información que entra en el cerebro de un niño durante sus primeros años, no está controlada por la mente consciente. Ellos no tienen ningún tipo de bloqueo o "filtro social" como los adultos. No sienten vergüenza, no temen equivocarse. Sus cerebros son pequeñas esponjas capaces de absorber cualquier tipo de información.

Después de los 7 años, comienza el proceso de madurez del cerebro en el cual él tiende a enlazar las nuevas conexiones a las ya preexistentes, por lo que el proceso de aprendizaje se torna cada vez más complejo. Será responsabilidad del educador el ayudar al estudiante a encontrar la importancia y utilidad de la información recibida a través de conexiones personales y culturales asociadas con la materia (contextualizar).

Es muy importante también ayudar al estudiante a descubrir por sí mismo un error, estimulando el desarrollo de la capacidad de autocorrección

La creatividad pasa inevitablemente por el error. 

El error esta estigmatizado en la sociedad y en el sistema de educación actual. Equivocarse es malo, hay que evitarlo. Así a medida que el niño crece, va perdiendo esa capacidad y se vuelve temeroso de equivocarse. El sistema anula la capacidad creativa de los estudiantes. 

A través de preguntas y conversaciones, debemos ayudar al alumno a crear conexiones que conduzcan al error (nunca corregir el error, saber esperar, respetar los silencios) y, una vez descubierto, el estudiante sabrá corregirlo.

Cuando el cerebro reconoce el origen del error y lo corrige, genera la energía suficiente para prestar más atención e interés y almacena dicha información en la memoria a largo plazo.

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