“Todos
estamos inmersos en un manejo constante de nuestra imagen ante el resto del
mundo.”
Ervin
Goffman
Cada vez que encontramos a un
amigo o conocido lo primero que nos dice es que su vida es fenomenal,
maravillosa…
Las redes sociales lo demuestran
y son las que más han contribuido a fortalecer este comportamiento: Fotos,
imágenes, perfiles, comentarios, todo parece indicar que el Mundo en que
vivimos es la “Isla de la Fantasía”.
En mi blog publiqué un post
titulado “El Optimismo Obligado” (08/02/2017) en donde me refiero a la
imperiosa necesidad hoy día de “estar bien” y “ser feliz” a toda costa y de
divulgarlo en todas las maneras posibles: Conversaciones, redes sociales,
encuentros casuales, laborales, etc.
En La presentación de la persona en la vida cotidiana, Goffman expone
su “Teoría de la Acción Social”, en donde habla de la creación de la
personalidad humana por medio de su interacción con el entorno y afirma que una
buena parte de la conducta de cada persona depende de sus relaciones con los
demás. Esta interacción que cada individuo realiza con su entorno, lo empuja a
buscar la definición de cada situación con el objetivo de lograr el “control”
de la misma. De esta manera intentamos (no siempre exitosamente) manipular las
impresiones y opiniones que los demás se forman de nosotros.
Nosotros no somos otra cosa que
actores interpretando nuestro papel delante de un auditorio, que es la sociedad.
Todos tratamos siempre de proyectar una imagen favorable y positiva.
Constantemente buscamos gustar, agradar, simpatizar, lograr que nos odien o que
nos envidien. Al hacerlo, lo que realmente
buscamos es crear impresiones que pensamos, puedan ser beneficiosas para nosotros.
Nos preocupamos por demostrar que cumplimos con los parámetros esenciales de la
sociedad para poder ser juzgados positivamente por los demás.
Cada individuo maneja sus
relaciones acompañándose de la imagen pública que desea proyectar a sus
potenciales interlocutores.
Queremos constantemente gustar y
caer bien. Para ello, creamos y proyectamos una imagen que consideramos corresponde
a lo mejor de nosotros. De esta forma buscamos obtener beneficios, un buen
acomodo social y nuestro tan anhelado lugar en el mundo.
Sin embargo, estas representaciones
no corresponden a nuestra identidad real, sino a la soñada, querida o deseada.
Eso hace que de alguna manera, vivamos en una peligrosa dualidad que nos
comporta un gran esfuerzo mantener y no confundir.
Somos relacionistas públicos de
nosotros mismos, con una elaborada campaña de mercadeo para mostrar a los demás
“lo mejor” de nosotros.
Esta tendencia está reforzada por
una pseudocultura que nos llega de nuestros “primos del Norte”, que afirma que
el Mundo se divide entre “ganadores” y “perdedores”.
El error, el equivocarse,
el fracasar, por ende el sentirse mal, desanimado, triste, está mal visto. Hay
que evitarlo a toda costa y si nos sucede, no debemos manifestarlo ni comunicarlo
ya que si lo hacemos, proyectamos la imagen de “débiles” y “perdedores”.
¿Por qué será entonces que a
pesar que millones de personas compartimos en las redes sociales nuestros
perfiles victoriosos, felices y satisfechos, en el Mundo siguen aumentando los consumos
de alcohol, de drogas, de psicofármacos, los suicidios y la depresión?
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