Durante una conversación, un “buen interruptor” puede llegar
a interrumpir 10 o más veces en 1 hora. Insoportable, ¿no?
Vivimos en una cultura donde la interrupción es común
y aceptada.
Ser interrumpido durante una conversación es
frustrante para cualquier persona.
Cuando interrumpimos, transmitimos superioridad, dominio, desinterés hacia lo que estamos escuchando y hacia quién nos está
hablando.
Interrumpir es un problema y tiene un problema: la
mayor parte de los interruptores crónicos no están conscientes de serlo; simplemente
son personas que no conocen el arte de conversar y, por lo tanto, no están
entrenados en el hábito de escuchar (Escucha Activa). Suelen ser personas egocéntricas,
centradas en sí mismas, en sus experiencias y sus opiniones. No solo no les
importa lo que dicen los demás sino que ni siquiera perciben los intentos del
otro por intervenir, las señales de cansancio o de aburrimiento durante una
conversación.
Continuar hablando después de haber sido interrumpido
es ineficaz. Si la otra parte está hablando al mismo tiempo, no hay
retroalimentación, lo que hace que la comunicación no sólo sea inútil, sino también
imposible.
Las personas tienden a interrumpir más cuando están en
una postura física relajada y no están haciendo contacto visual. Esto
confirma que el lenguaje no verbal es parte importante de una conversación.
La escucha reflexiva podría ser una solución. Repetir
lo que dijo el orador y así reflejar lo que se oyó. Esto da la oportunidad de
aclarar la discusión y detener las interrupciones.
Otra posible solución es ser más asertivos: sin
confrontar y con delicadeza, simplemente ser directos. Tenemos que informar,
antes de que comience una conversación, que no apreciamos que nos interrumpan y
que nos gustaría terminar de expresar lo que queremos decir. Si nuestro
interlocutor se niega a aceptar estas razonables peticiones, es muy probable
que la conversación no sea productiva y por ende sería mejor posponerla o
cancelarla.
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