Según los datos
de Naciones Unidas, el 49,6% de la población mundial son mujeres. Sin embargo,
la presencia de las mujeres en puestos de responsabilidad en el mundo político
y empresarial difiere de este porcentaje.
De los 195 jefes
de Estado que existen, sólo 17 son mujeres y ocupan tan solo el 20% de los
escaños parlamentarios de todo el mundo. En el mundo empresarial las cifras son
aún peores: la lista Fortune 500
muestra solo 22 CEO’s mujeres y una
tasa del 4,4% en los puestos de liderazgo.
Es evidente que
es necesario adoptar medidas para frenar esta desigualdad. Toda la sociedad
debe contribuir en mejorar esta injusta situación y las propias mujeres deben
también romper estereotipos y actitudes que las frenan en su desarrollo
personal.
Estudios han
revelado que existe en muchas mujeres una falta de ambición por el liderazgo.
Se trata de un aspecto cultural. Desde que nacen, los niños y las niñas son
tratados de forma distinta. Diferentes estudios han demostrado que los padres
tienden a hablar más con las niñas que con los niños cuando son bebes y a dejar
que los niños jueguen solos. El contexto cultural determina una serie de
estereotipos que se inculcan desde la infancia, cuyo mayor peligro es que se acaben
convirtiendo en profecías que llevan implícito su propio cumplimiento.
Muchas mujeres sufren
de subestimación. Las mujeres son más autocríticas y tienden a juzgarse más
duramente que los hombres, sea en los estudios que en el trabajo.
Nuestro cerebro
con sus mapas mentales, tiende a valorar a las personas en función de estereotipos:
los hombres con iniciativa, decididos e impulsivos, las mujeres sensibles y con
espíritu comunitario. Una mujer decidida y enérgica, al contrario de un hombre,
despierta poca simpatía y admiración. Como respuesta, las mujeres tienden, a
veces inconscientemente, a moderar sus objetivos profesionales. De algún modo,
renuncian al éxito profesional para “cumplir” con la sociedad.
Desde pequeñas, se
envía el sutil mensaje a las mujeres que deberán elegir entre una vida profesional
y una vida personal; o ser exitosas en el trabajo o ser buenas madres y esposas.
En encuestas realizadas a mujeres universitarias, cuando se les pide que elijan
entre familia y carrera profesional, ellas tienden a elegir la familia en una
proporción doble a la de los hombres.
Indiscutiblemente,
en los últimos años las mujeres han conseguido grandes avances en el terreno profesional
mas la igualdad dentro de los hogares aún está lejos de conseguirse. Del mismo
modo que las mujeres deben adquirir más poder en el trabajo, los hombres deben
adquirir más poder en el hogar. No se trata de «delegar» parte del trabajo
doméstico en ellos, sino de «compartir» ese trabajo.
La decisión de tener pareja y cómo va
a ser esa pareja es determinante para una mujer con respecto a su carrera
profesional.
La esfera
personal y la esfera profesional están íntimamente relacionadas. Diversos
estudios académicos han demostrado que el aspecto más decisivo en la carrera
profesional de una mujer no es el hecho de casarse y tener hijos o no, sino es su
pareja y la actitud hacia su trabajo. Las mujeres necesitan trabajar con
empresarios y convivir con compañeros que las apoyen.
Hombres y
mujeres somos distintos; sabemos que el cerebro femenino es diferente del
masculino pero las diferencias deben servir para sumar, no para restar.
Debemos ser
conscientes que, por si solas, las cosas no cambian. Hay situaciones sociales
que se perpetúan incluso en las generaciones más jóvenes. Hay que revisar y
poner en discusión las bases de la cultura existente, del lenguaje y de la
educación para lograr cambios perceptibles.
La educación es la única herramienta
para la igualdad de género
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