Todas las personas deben afrontar, en mayor o
menor escala, problemas, frustraciones, dolores, desesperanzas; la lista es
infinita. La diferencia está en cómo afrontarlas.
Muchos de nosotros creemos que con ponernos una
“armadura”, bloqueamos las emociones y así alejamos el sufrimiento. La mala
noticia es que las emociones se pueden ignorar y no exteriorizar pero ellas
siguen dentro de nosotros y de manera silente actúan sobre nuestro equilibrio psicofísico
de manera positiva o negativa, dejando huellas indelebles en el mediano y largo
plazo.
La gratitud y la generosidad son
bidireccionales: no gana solamente quien recibe sino también quien da. Muchas
veces, por miedo a no ser recompensados debidamente, nos encerramos, nos
volvemos recelosos y levantamos barreras volviéndonos fríos y distantes: eso es
la esterilidad emocional.
Un estudio de las universidades de Illinois y
Zúrich analizó a un grupo de 982 personas y descubrió que aquellas que practicaban
la gratitud y la generosidad, disfrutaban de un mayor grado de bienestar físico
y emocional.
Gracias a la gratitud, nuestro cerebro logra mantener
alejadas emociones tóxicas como la envidia, la frustración y la culpa, por lo
que es muy eficaz para aliviar la depresión. De hecho, otra investigación
realizada en la Universidad Nacional de Taiwán reveló que la gratitud incrementa
nuestra autoestima reduciendo así nuestra tendencia a compararnos con los
demás.
“No hay que sopesar el valor del regalo sino la
voluntad que lo motivó.”
Con estas palabras, Séneca llama la atención
sobre las expectativas que albergamos cuando ayudamos a alguien o concedemos un
favor. Nos alerta de que la auténtica generosidad no es un acto transaccional y
que muchas veces, los supuestos beneficios o perjuicios dependen exclusivamente
de nuestras expectativas. Si esperamos que la persona nos devuelva el favor y
no lo hace, nos sentiremos perjudicados. Si hacemos un favor y nos sentimos
agradecidos por ello, obtendremos un beneficio.
“El hombre sabio disfruta más dando de lo que el
receptor disfruta recibiendo.”
La generosidad verdadera no es un dar para
recibir algo a cambio sino un acto desinteresado.
La gratitud se mide con la recompensa
intrínseca al acto generoso, más que por el beneficio que podríamos obtener si
nos devolverían el favor.
No hay persona que, al beneficiar a su prójimo,
no se haya beneficiado a sí misma. Una buena conducta (así como una mala)
siempre regresa en círculo para beneficiar (o afectar) al hacedor.
La recompensa por una buena acción es haberla
hecho.
Un estudio realizado en la Universidad de
Alabama reveló que la gratitud y la generosidad no solo nos ayudan a reducir el
nivel de estrés sino que incluso desempeñan un papel importante para superar
los traumas.
Sentirnos agradecidos incluso en los peores
momentos y seguir dando lo mejor de nosotros, es un boomerang de positividad
del que podemos beneficiarnos para desarrollar la resiliencia y una sensación
de bienestar y paz interior.
La decisión, como siempre, queda en nuestras
manos.
“Para descubrir a una persona agradecida, es
necesario conocer a muchos desagradecidos.”
Gracias a Séneca (filósofo, político, orador y
escritor romano)
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