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18/02/2019

Maestras al borde de un ataque de nervios…


Una de las tareas más complicadas para un docente es lograr que, durante la clase, sus alumnos permanezcan atentos y en silencio. 


El lenguaje verbal, no verbal y para verbal o los juegos, son algunas estrategias que se pueden utilizar para conseguir un clima adecuado para fomentar el aprendizaje y el silencio en el aula. Pero antes de saber cuáles son los métodos más adecuados para lograrlo es recomendable que nos autoevaluemos; una autocrítica constructiva y sincera es siempre una excelente herramienta de mejoramiento. 

Nuestra estrategia educativa utilizada y las técnicas que aplicamos son fundamentales para lograr atención y silencio. Analicemos si estamos aplicando metodologías dinámicas o, por el contrario, estáticas (clases magistrales); si el tono de voz que utilizamos es el correcto y si el ritmo de las explicaciones es demasiado rápido o demasiado lento.

Para facilitar que los alumnos permanezcan en silencio, previamente, hay que establecer (siempre juntos) normas: es una muestra de mutuo respeto. Una vez interiorizadas las normas, es posible recurrir a estrategias vocales, escritas o usar el lenguaje físico.

Podemos utilizar objetos conocidos aparentemente fuera de contexto, inusuales: un semáforo, una caja de música, unos banderines, un temporizador. Total creatividad, sin límites, siempre. Por ejemplo, si apagamos la luz repentinamente, los estudiantes luego de unos momentos de ruido, se calmarán.

Donde hay sorpresa, hay emoción; donde hay emoción, hay atención; donde hay atención, hay concentración, por ende silencio. 

Lo más importante es que lleguemos todos los días con una gran motivación (intrínseca) y ganas de reencontrar a nuestros alumnos con los cuales pasaremos buena parte de la jornada (y de nuestras vidas…)  



04/02/2019

La doble cara del elogio…






"Si le digo constantemente a mi hijo que él es una maravilla, cuando crezca será un adulto feliz, confiado y con una alta autoestima. Puede que sí, puede que no."






Focalizarnos exclusivamente en los éxitos del niño, puede ser contraproducente.


Se hicieron experimentos en donde participaron más de 400 niños, con edades comprendidas entre 10 y 12 años. Al finalizar, los científicos calcularon las puntuaciones, pero les dieron a los pequeños una retroalimentación falsa. A algunos niños les dijeron que lo habían hecho bien, que habían resuelto correctamente el 80% de los problemas. A otro grupo les dijeron que debían ser pequeños genios para haber podido resolver tantos problemas. Y a un tercer grupo simplemente no les dijeron nada.

Según la teoría del elogio, el simple hecho de alabar la capacidad del niño, puede tener un efecto muy positivo sobre su desempeño. Sin embargo, los resultados no solo revelaron que esta hipótesis no era cierta sino que además mostraron que los elogios tenían un efecto negativo.

En la segunda etapa del experimento, los investigadores les dijeron a los niños que podían elegir entre dos tareas: una era muy difícil (un desafío en el que podían fracasar) y otra era fácil (probablemente la harían bien pero aprenderían muy poco). Curiosamente, aproximadamente el 65% de los niños que habían sido elogiados y catalogados como “genios” optaron por la tarea fácil. Solo el 45% de los niños a los que no se les dijo nada escogió la tarea más sencilla.

Así, se observó que los pequeños que habían recibido muchos elogios eran más propensos a evitar los desafíos y las situaciones difíciles, apostando por las tareas más fáciles.

En la tercera etapa del experimento, los investigadores les facilitaron a los niños más problemas. Esta vez eran aún más difíciles que los primeros a los que se habían enfrentado. Al terminar, les preguntaron si habían disfrutado de la tarea y si les gustaría llevarse problemas similares a casa.  Entonces surgieron diferencias aún más dramáticas entre los grupos. Los niños que habían recibido más elogios reconocieron que habían disfrutado menos de la actividad y eran menos propensos a seguir resolviendo problemas en casa.

En la cuarta y última etapa del experimento, los investigadores les pidieron a los niños que hicieran una prueba final. Se trataba de resolver una serie de rompecabezas bastante sencillos, del mismo nivel de complejidad de los que les presentaron por primera vez. En este punto, se apreció que quienes habían sido elogiados, obtuvieron puntuaciones más bajas que los demás, e incluso eran peores que las suyas, al inicio del experimento.
  
En resumen, los niños cuya inteligencia fue más elogiada:

1. Preferían evitar los retos, apostando por tareas más sencillas, aunque no le aportasen nada nuevo.

2. Disfrutaban menos de la actividad.

3. Mostraron una disminución del rendimiento, cometiendo más errores.

¿Por qué el elogio desmedido puede tener efectos negativos?

Decirle a un niño que es muy inteligente hace que se sienta bien, pero también puede generarle miedo al fracaso, de forma que el pequeño quiera evitar las situaciones difíciles, los retos en los cuales podría quedar mal, si no tiene el éxito que los demás esperan de él. Las expectativas de éxito se convierten, por ende, en una limitación. Por otra parte, el niño podría interpretar ese elogio como la indicación de que no tiene que esforzarse para alcanzar un buen desempeño, después de todo, él ya es un “genio”. Por consiguiente, es probable que se sienta menos motivado, que preste menos atención y que se equivoque, obteniendo así malos resultados.
Cuando se percate de que en realidad no es un "genio", su autoestima disminuirá notablemente. De hecho, el impacto psicológico de un mal resultado no es algo que se deba tomar a la ligera. Para los niños, la valoración y aceptación social son muy importantes. Tanto es así que en ese mismo experimento, el 40% de los niños que habían sido muy elogiados mintieron sobre su desempeño al resto de sus coetáneos, mientras que solo el 10% de los otros niños mintió para quedar bien ante los ojos de los demás.

¿Tipos de elogios?

Hubo un grupo al que solo se le dijo: “Lo has hecho bien, te has esforzado y has resuelto correctamente el 80% de los problemas”. Estos niños se comportaron de manera muy diferente al resto. Cuando se trataba de elegir entre una tarea difícil y una fácil, solo el 10% de ellos seleccionó la opción fácil. También indicaron que disfrutaron del desafío y obtuvieron los mejores resultados en la última tanda de problemas, mejorando incluso sus propias puntuaciones.

En este caso, los investigadores no elogiaron la capacidad en sí, sino los resultados alcanzados y el esfuerzo. De esta forma, se logró motivar a los niños pero, a la vez, se evitó que se instaurara el miedo al fracaso. También se logró que no se confiaran, ya que no atribuían sus resultados a una característica innata sino al esfuerzo realizado.

Como padres y educadores, debemos apuntar nuestros elogios hacia otros aspectos del niño:

1. Elogiemos el esfuerzo

Un “genio” se hace con 10% de talento y 90% de trabajo duro. Estas proporciones pueden variar pero de lo que no hay dudas es que el talento por sí solo no sirve de nada. Por eso, es importante sembrar en los niños la idea de que para conseguir algo, es necesario dedicarle tiempo, energía y esfuerzo.

2. Elogiemos el resultado

Este tipo de elogio es más realista y objetivo, por lo que no corremos el riesgo de aumentar de manera artificial la autoestima del niño: una autoestima artificial es tan dañina como una autoestima baja.

3. No presionemos

Algunas veces, exageramos los elogios ya que, de cierta forma, es como si nos los hiciéramos a nosotros mismos. De esta forma solo añadimos una presión innecesaria, que puede generar en el niño un profundo miedo al fracaso. Nuestros elogios no deben ser una fuente de ansiedad para el pequeño, sino deben servir para mantenerlo motivado. Transmitamos que nuestro amor hacia él es incondicional, más allá de sus logros y errores. De esta forma también evitaremos que el niño se vuelva dependiente de la valoración de los demás, consolidando su autoconfianza y su seguridad.



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