“Uno
recuerda con aprecio a sus maestros brillantes, pero con gratitud a aquellos
que tocaron nuestros sentimientos.” Carl Gustav Jung
Todos sabemos o suponemos saber qué hay dentro de un cerebro de un buen educador. Horas, días, semanas, meses, años
de estudio, de lecturas, de trabajos. Paredes llenas de títulos, honores,
premios, cursos, posgrados, especializaciones.
¿Cuántos pero realmente sabemos qué hay dentro de un corazón de un buen educador?
Gentileza. Un buen educador demuestra gentileza, amabilidad hacia sus estudiantes, colegas, padres y todos los que lo
rodean.
Compasión. Enseñar se basa en el
contacto humano y la compasión es el sentimiento más elevado que un educador
pueda mostrar. El comprender y el preocuparse por el otro, sin prejuicios, sin
distinciones.
Empatía. Desarrollar empatía es
muy importante sea para el educador que para sus educandos. Analizar una
situación desde la perspectiva del otro es una poderosa herramienta de
comunicación.
Positivismo. Ser y mantenerse
positivos ante cualquier avenencia es para un educador un reto cotidiano. Solo
los mejores lo logran. Ver y hacer ver las cosas siempre del lado brillante es
determinante en la calidad de la educación.
Deseo de construir. Un buen educador construye
relaciones, cierra brechas. Se esfuerza en mejorar las cosas en el aula y fuera
del aula.
Inspiración. Un buen educador hace
que sus estudiantes, sus colegas y todas las personas que lo rodean, quieran ser
mejores cada vez.
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