…quiere
tener siempre la última palabra ...
"Esta soberbia no me es
nueva ..."
Dante
La Divina Comedia, Infierno, Canto VIII
"Soberbia",
"presunción", "arrogancia", "audacia",
"orgullo intelectual"
El orgulloso intelectual
se blinda en sus propias ideas ante el mundo y la novedad: una característica totalmente
contraproducente que vuelve muy difícil el sostener una sana conversación.
Una constante
voluntad tediosa, intransigente, irritable de imponer su propio pensamiento,
sin importarle si tiene razón o no.
“Querer tener siempre la última palabra” - Una actitud que produce mucho daño. No tiene nada que ver con el
saber o el lograr llegar a un punto de vista o una meta.
El orgulloso
intelectual es el que en una conversación se preocupa más de reafirmar su punto
de vista que de dialogar con el otro. Incluso al darse cuenta de que el otro
tiene razón, continúa defendiendo absurdamente su posición.
No es simple
terquedad: es agresividad enmascarada.
Algo que impide un diálogo verdadero y constructivo: sólo considera sus propias
ideas. El orgullo carece de ideas, espera a que el otro exprese su opinión para
luego contraatacar con la suya, diferente y opuesta, con el fin de demostrar
que su opinión es la correcta, la definitiva.
Donde hay
orgullo, no hay libertad y la ausencia de libertad no es tanto de quien sufre
la "última palabra", sino del que la tiene. El orgulloso intelectual termina
generalmente sólo, en sus creencias y en su inútil afirmación de fuerza.
Abandonar el
orgullo intelectual significa liberar los propios pensamientos. Se abandona la
idea equivocada que ve una confrontación o un debate como un encuentro de boxeo
en el que está en juego nuestro valor como personas, y se abraza la belleza del
intercambio real de visiones, a través de un diálogo fructífero. Se logra la
libertad de decir lo que se piensa, de poder coexistir con diferentes
posibilidades y puntos de vista que se integran incluso siendo opuestos.
Debemos
escuchar, proponer, asociar, mezclar, extraer nuevas ideas. La integración
representa el nivel más alto de conocimiento y de libertad.
Cegado por la
necesidad de tener siempre la razón y la última palabra, el orgulloso intelectual
no es consciente de los efectos negativos que produce en los otros: un sentido
de inadecuación, duda permanente, frustración, irritación, nerviosismo e
intolerancia debido a la imposibilidad de tener una un diálogo sano y útil que,
a la larga, se manifiesta en la tendencia a evitar tal relación.
Desconexión
social y emocional garantizada.
¿Cómo se
reconoce un orgulloso intelectual?
No escucha: él no presta atención
a lo que su interlocutor dice realmente ya que está totalmente enfocado en
elaborar su afirmación que obviamente, deberá ser la última.
Es compulsivo: interrumpe.
Querer tener siempre la última palabra suele ser un automatismo reflexivo
detrás del cual se oculta incertidumbre y poca autoridad moral.
No acepta la pluralidad:
piensa que siempre tiene razón. Según él, un debate siempre debe terminar con
un "vencedor" (él) y un "perdedor" (el otro).
No considera el contexto:
el orgulloso intelectual no toma en cuenta el lenguaje no verbal, ni el
contexto y ni la situación personal de su interlocutor. Carece de empatía.
A menudo utiliza prejuicios: el orgulloso intelectual ama las teorías pre-empaquetadas. Es blanco o negro, no hay grises. No
acepta que las opiniones fijas son riesgosas y que la verdad puede ser relativa
o cambiante.
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