Una persona que aprende a estar bien sola ya no
se contenta con la compañía de cualquiera.
Aprender a sentirse bien solos es una de las
habilidades más difíciles de aprender en nuestra vida. Existe la soledad
deseada, la soledad inducida y luego, la más frecuente y en mi opinión la peor,
la que se siente a pesar de la presencia de alguien en nuestra vida. Esta
última es el que nos hace sentir realmente solos.
Son nuestros pensamientos, nuestros miedos,
nuestras frustraciones, los que más nos hieren. Por lo tanto, tendemos a llenar
nuestros propios espacios vacíos con personas, situaciones, intereses, etc. Todo
para distraer nuestra mente. Corremos todo el día, todos los días buscando algo
que difícilmente encontraremos. Básicamente se trata del miedo a enfrentarnos a
nosotros mismos, básicamente se trata del miedo a estar solos.
Aquellos que huyen de la soledad generalmente
son personas que sufren y el estar solas es aterrador, porque las obliga a
lidiar con sus propios miedos, los más ocultos, los que buscan todos los días de
sofocar dentro de ellas mismas.
Sin embargo, una persona que puede sentirse
bien sola es una persona que ha aprendido a conocerse y, sobre todo, a aceptarse.
Ha aprendido a enfrentar sus fantasmas del pasado, a amarse sin juzgarse.
Se necesita mucha fuerza espiritual para poder
amar la propia soledad. Sólo una persona que realmente ha tocado fondo es capaz
de disfrutar realmente de la soledad, y cuando la soledad se convierte en una
fiel compañía en lugar de un enemigo, empieza a dar valor a su propio tiempo.
Ya no se rodea de personas falsas y vacías, ya no se resigna a una presencia que
de todas maneras lo haga sentir solo.
"La soledad es como una lupa: si estás solo y estás bien, estás muy bien, si estás solo y estás mal, estás muy mal".
(Giacomo Leopardi)
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