"Más importante de lo
“qué” decimos es “cómo” lo decimos."
1. Cuando hablemos,
coloquémonos a su altura y tratemos de que nos mire a los ojos. Así lograremos
su atención. No olvidemos dirigirnos a él siempre con respeto.
2. Más que decirlo,
mostrarlo. El ejemplo práctico es interpretado por el cerebro del niño más
rápidamente.
3. Menos es más. Cuantas
menos palabras utilicemos, mejor. El cerebro de un niño es capaz de prestar
atención solo por cortos periodos de tiempo.
4. Lo escrito funciona. El
cerebro de un niño cuando lee contextualiza y procesa mejor la información.
Dejarle una breve nota para recomendarle (nunca ordenarle) lo que debe hacer es
una muy eficiente opción.
5. Paciencia. Cada cerebro es
distinto y necesita su tiempo para procesar la información que está recibiendo.
La importancia de las pausas y del silencio en la comunicación.
6. Seccionar. Una
recomendación (nunca una orden) a la vez y lo más específica posible. El
cerebro de un niño fácilmente divaga y se distrae. (afortunados ellos…)
7. Involucrar. Al cerebro le
gusta sentirse partícipe, se siente valorado e integrado, su autoestima aumenta
y su interés en cumplir con las tareas que se le han asignado será mucho más
intenso.
Muchas veces, cuando el niño
no nos está prestando atención es porque nosotros no nos estamos dirigiendo
hacia él de la manera correcta.
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